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En aquel mismo instante, un ángel poderoso preguntó con voz fuerte: «¿Quién es digno de abrir el pergamino y romper sus sellos?». Pero nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrirlo para leerlo.

No pude contener el dolor que me embargó ante la desgracia de que no hubiera nadie digno de revelarnos el contenido del pergamino, y rompí a llorar.

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